domingo, 18 de octubre de 2009

Niñas bonitas


Imagen de Tinta China2007

Quizá algún día sabrás que, como tú, yo soy una niña bonita. Caí al precipicio de mis miedos y no cerré los ojos. Allí te conocí.

Podemos fingir que nunca antes nos hemos visto. Si quieres, podemos cruzarnos en la calle San Juan de Dios y contener la respiración. Ser mudas en ese instante fotográfico y velar el cliché. Podemos, también, hacernos un guiño y confirmar lo que temíamos: tú eres tú, yo soy yo. A grandes verdades, sonoras carcajadas. Es el momento. Fugaz pero inolvidable.

Buscando el final, alguna ha abierto los ojos y ya no está. Y aquí, en este mundo de colores sin parangón, sólo el aire sabe que hemos compartido estancia. Será doloroso si lo piensas y no lo digieres cual pienso; si lo sueñas y no lo vives; si te dan por loca y no eres más que una niña bonita.

No importa. Ambas, cientos, miles, millones de niñas bonitas han de buscar el final del tobogán. Esquivaremos la
nimia, pequeña e inexistente idea de que hubo un momento en el que compartimos la misma verdad.

Entre tú y yo, sólo
niñas bonitas.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Perder


Fotograma de la película Up: Una aventura de altura.


Dominar el arte de perder no es difícil;
cuántas cosas parecen estar hechas con el propósito
de que se pierdan, su pérdida no es un desastre.

Pierde algo cada día. Acepta la inquietud
de perder las llaves de las puertas, esa hora que pasa tontamente.
Dominar el arte de perder no es difícil.

Ahora ve más lejos, pierde con más rapidez:
lugares, nombres, y donde fuera que pretendieras
viajar. Nada de esto será un desastre.

Yo perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! También la última,
o penúltima, de mis tres adoradas casas se esfumó.
Dominar el arte de perder no es complicado.

Perdí dos ciudades, entrañables ambas. Y, lo que es peor,
un par de reinos que me pertenecían, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.

Hasta perdiéndote (tu voz cariñosa, ese gesto
que amo), no te habría mentido. Es evidente
que dominar el arte de perder no es tan difícil;
aunque quizá parezca (¡escríbelo!) un desastre.

Un arte
Elizabeth Bishop
Traducido por Aida H.C.
(me costó)


lunes, 12 de octubre de 2009

Llena



Imágenes de Paula Llanten

Llena tu vida con sonrisas, con canciones, con camisetas, con lunes por la mañana, domingos por la tarde; llena tu vida de películas, de palomitas, de sueño, de agua, de frío, de calor, de sudor.

Llénala. De alegría, de dolor, de lágrimas, de pena, de abrazos, de besos, de almohadas, de libros, de palabras, de recuerdos, de nostalgia, de felicidad, de voces, de silencio, de ti, de mí, de aquel al que no conoces; de hojas, de lluvia, de charcos, de nieve, de viento, de luz, de oscuridad, de amor, de soledad, de poemas, de música, de conciertos, de vídeos; de ventanas, de
bal
do
sas,
de puertas, de tierra, de hierba, de barcos, de bicicletas, de armarios, de cajas, de toallas, de esponjas, de lápices, de estuches; de libros, de páginas, de sueños, de pesadillas, de cansancio, de energía; de horas.

Llénala de nubes.

Atraviesa el denso aire que te rodea. Descubre que es respirable, traslúcido, invisible al tacto, perfectamente irreal, universalmente temido y verdaderamente inofensivo.

¿Quién más tiene miedo?

Hoy dejo dos vídeos que son parte de la bso de la película Tu la letra y yo la música. Aconsejo ver los vídeos por orden de aparición. El segundo es, simplemente, genial.







P.D.: Quiero tener trece años, ponerme orejitas de ratón, sentarme con mis amigas en la cama y cantar juntas la primera canción bonita que queramos cantar.


miércoles, 7 de octubre de 2009

El chiste y su chistosidad

Una vez iba un pobre infeliz mendigo por el bosque, cuando de repente le sale un enmascarado y le dice:
-¡Alto ahí! soy Robin Hood, yo le robo a los ricos para darle a los pobres.
Y el mendigo le contesta:
-Uuuuy, yo soy el más pobre de los pobres.
-¿En serio? -le dice Robin Hood-, entonces, toma, y le empezó a dar bolsas y bolsas de oro, y joyas.
El mendigo, feliz, dio saltos de alegría y gritó:
-¡Soy rico! ¡Soy rico!
A eso le salta el enmascarado y le vuelve a decir:
-¡Alto ahí, soy Robin Hood!

Del chiste la Rae dice:

(De chistar).

1. m. Dicho u ocurrencia aguda y graciosa.

2. m. Dicho o historieta muy breve que contiene un juego verbal o conceptual capaz de mover a risa. Muchas veces se presenta ilustrado por un dibujo, y puede consistir solo en este.

3. m. Suceso gracioso y festivo.

4. m. chanza. Hacer chiste de algo

5. m. Dificultad, obstáculo. La preparación de esta comida no tiene ningún chiste

~ alemán.

1. m. coloq. Am. chiste que no produce risa.

~ colorado.

1. m. El Salv. y Perú. El de asunto obsceno o impúdico.

caer en el ~.

1. loc. verb. coloq. Advertir el fin disimulado con que se dice o hace algo.

dar en el ~.

1. loc. verb. coloq. Dar en el punto de la dificultad, acertar.

tener ~ algo.

1. loc. verb. irón. tener gracia (resultar agradable).

2. loc. verb. Am. Tener alguna dificultad.




Sólo es un chiste. Y al leerlo desdibujo la imagen de muchos de los hechos que en las noticias puedo ver y escuchar. Suelen ser temas relacionados con la política, con el fraude, con la mentira y la falsedad. Me ha hecho reir; una sonrisa de esas que tienen un perfil de tristeza.

Aunque intenté continuar con la lectura de El chiste y su relación con el inconsciente, me fué imposible. Tan denso e irrespirable. Se necesitan razones, de peso, para racionalizar el sentido de un chiste, desde su origen, desde quién, cuándo y cómo lo cuenta, hasta la reacción del que lo recibe. Además, en el libro hay que contar con que fue escrito a principios del siglo XX, el humor entonces no era lo que hoy entendemos por humor, quizá gual de básico o complejo, pero eran otras las cuestiones sobre las que reirse, y más restringidos los "lugares" en los que encontrar sentido del humor. A través de distintos paradigmas, Freud analiza el chiste y su relación con la parte más inconsciente del individuo analizando obras de teatro y películas que fueron llevadas al cine, aún cuando el cine era mudo.

Lo cierto es que un chiste puede terminar siendo, y de hecho creo que lo es, una forma socialmente aceptada de criticar aquello que con otras palabras quizá no se diría. Se juega con la polisemia de las palabras, el doble sentido, y si tú quieres, cuádruple o quíntuple. La información sigue siendo la misma, pero el mismo chiste no causa iguales reacciones en cada cual.

Sin embargo, hay algo más que contribuye a despertar una tímida sonrisa, una sonora carcajada o una sencilla muestra de indeferencia e incomprensión: el ahorro de un gasto psíquico. Lo absurdo. Lo que sale fuera de la norma, de lo políticamente correcto, de lo habitualmente sabido, de lo ya dicho.

Yo he sido siempre una fiel seguidora del humor, y a veces amor, absurdo. De ese que unos llaman malo o simplón. Véase como ejemplo:

Ejemplo 1:

Llega un barco a un muelle y rebota.

Fin. Apoteósico, pero fin.

Ejemplo 2:

- Mamá mamá, en el colegio me llaman imbécil...
- ¿Y a mi qué?
- A ti puta.

Ejemplo 3:

-¿Qué es marrón por fuera, verde por dentro y atraviesa paredes?
-Un kiwi fantasma.

Y en este orden de cosas surrealistas, mi ídolo entre los noídolos que yo tengo. Os dejo con Dory, su amnesia, el idioma balleno y su sigue nadando, sigue nadando, sigue nadando, nadando, nadando, nadando...


sábado, 3 de octubre de 2009

La era de los sinrrelojes

Cuando era pequeña adoraba los relojes. Todos. Con sus manecillas, girando, marcando las horas, los minutos, los segundos. Diciendo eternamente hola y adiós. Comprimiendo el tiempo en lo tangible.

Con ocho años, una hora era mucho más que sesenta minutos. Cabían los deberes, la merienda, los pajarillos en la cabeza, dibujos con plastidecor, el sol de media tarde en la piel. Una hora era larga y, a veces, aburrida. Infinita. Eterna. Corta. Intensa. Divertida.


Mi padre se empeñaba en enlazar a mi muñeca relojes Flick&Flak. Eran coloridos, originales y curiosos. Gustaba siempre de llevar mi reloj a todas partes y ser consciente de su compañía. Quizá el reloj no pensaba lo mismo de mí, dado que siempre, de una forma u otra, acababa por desatarse y perdérseme, vete tú a saber en qué lugar de los cientos en los que me escondía. Lógicamente mi padre me pedía cuentas.

¿Qué has hecho con el reloj? –me preguntaba él-.
¿Yo? –contestaba, sintiéndome ajena a la pregunta-.

Todos estaréis de acuerdo en que los adultos, a veces, preguntan cosas irremediablemente irrisorias. Si yo me ciño el reloj correctamente a la muñeca y a las dos horas no está donde yo lo puse, queda claro que ha sido el reloj el que se ha marchado por sus propias manillas. Lo que sucede es que aquellos relojes debían repudiarme por alguna razón que yo desconocía por completo. No fue uno. No. Por esta muñeca izquierda, han pasado catorce relojes de distintas marcas, tipos y colores.

Me cansé de recibir castigos por pérdidas relojeras incontroladas. Me desligué de los relojes. No more time in a watch. Finito. Sanseacabó. Bienvenida a la era de los sinrrelojes, me dije.

Desde entonces hasta ahora, distintos relojes me han hecho guiño. Y con veintiún años, un reloj de madera, moderno y pulcro, se presentó en mi vida en forma de recuerdo familiar. De su redondeada cara sólo pude pensar: “parece amable”. Inocente de mí. Aquella misma noche aquel adorable reloj se quedó parado a la una de la madrugada, tras una agónico tictac de dos horas, el silencio pudo con él; fue muerte súbita. Y nadie, ni siquiera yo, hizo nada por insuflarle un último hálito de vida.

R.I.P. (Rest In Peace)

Lo cierto es que, quizá creáis desorbitadas mis ideas, pero yo creo que aquel reloj se pasó gran parte de la noche susurrándome grandes palabras en mi hueca habitación, hasta que finalmente falleció por haber agotado su juventud. Los relojes están destinados a dar la hora, sea correcta o incorrecta. Y nadie les ha preguntado si quieren tener que ser los portadores de esa gran desidia que es el paso del tiempo. No quieren, por eso se (me) pierden, se (me) paran. Sencillamente no desean ser el objeto de odio de tantos cientos de personas un lunes a las siete de la mañana. No desean ser los que transmitan la trágica noticia de que tu fantástica hora de deontología y derecho de la información va a comenzar.

Así que, una vez comprendí el gran mensaje, decidí que todos los relojes que hubiera en mi vida irían a destiempo. Y en los restos del redondeado reloj de madera, siguen siendo la una de la madrugada del día en que supe el verdadero deseo de (casi) todos los relojes del mundo.