Camino de vuelta a casa. Mis botas nuevas pasean por las ancianas calles de Granada. Paso a paso descubro que algunas de las tiendas que daba por abiertas, han acabado cerrando y reconvirtiendose en un negocio totalmente distinto. Por ejemplo, una preciosa papelería que hacía esquina en la calle Puentezuelas, ahora es una frutería. Otra que antes vendía estuches y cosas para escolares ahora es una tienda de ropa... ¿objetos de primera necesidad?
Sigo andando. Hace sol y la piel de mi cara lo agradece. Siento: puestos ambulantes, olor a comida casera, ruido de coches que pitan, niños con sus mochilas, tacones altos resonando, pareja que se besa la nariz en el semáforo (qué oportunos son los semáforos estando en pareja, tanto si es para darle un beso como un empujón), niñita que no quiere sentarse en el carricoche.
Llego hasta San Juan de Dios y a la altura del Hospital San Rafael (de Santos está repleto el camino), me duele un gemelo. Ya se sabe, los niños de hoy en día dan mucho que hacer y más aún si no sabes quién es el padre. Me siento. Observo como gente sube y baja por la calle. Mientras, yo relajo los músculos de mis piernas en un unconfortable banco. Un grupo de tres chicos jóvenes con aspecto de despreocupación están hablando. De repente uno de ellos alza más la voz y dice:
"Prefiero que mi mamá se enganche al crack que al Hola o al Qué me dices!"
Pero lo cierto es que no. No depende en absoluto del uso o abuso que hagas de una droga como el crack o de un programa del corazón. Podemos justificarlo, podemos encontrar detonantes... decir, por ejemplo: veo los programas del corazón, porque en la televisión no dan otra cosa; o decir: Consumo *ponaquíladrogaquemásrabiatedé* porque mis amigos lo hacen. Pero al final, quien toma esa decisión eres tú. Luego se trata, una vez más, de decidir.
No sé hasta qué punto es mejor consumir crack que revistas del corazón, o viceversa. Lo que sí sé es que aplaudo a aquellos que hacen lo que quieren hacer, no porque la sociedad les arrastre a ello, no porque no les quede más remedio, no porque otros lo hagan, esté de moda, se venda barato o por lo que piensen los demás.
En otro orden de conclusiones, y sin más argumento que la propia hilaridad de mis pensamientos, creo que las personas que ponen los nombres a las revistas del corazón y los que ponen los nombres a algunas drogas, estando dentro de ese mundo y usando ese argot, deben tener una limitada capacidad imaginativa, cosa que seguramente es muy normal teniendo en cuenta con qué ejercitan sus neuronas.