Voy a proponerte un juego.
Vas a necesitar las manos para ello ¿Listo?
Entonces, mira a tu alrededor. ¿Dónde te encuentras?¿Es una habitación o estás al aire libre?
En cualquier caso quiero que recorras el lugar con la mirada, muy lentamente, de derecha a izquierda. Pon alerta todos los sentidos. Y haz un esfuerzo por recordar todas tus sensaciones. Porque luego voy a hacerte una pregunta sobre ellas.
¿Preparado? Adelante, mira de derecha a izquierda. Yo también lo voy a hacer.
¿Ya?¿Te has fijado bien en los detalles, en todos los detalles? Entonces, aquí está mi pregunta:
¿Cuántos sonidos has escuchado mientras mirabas de un lado a otro?
¿A que te he pillado? Esperabas que te preguntara por las cosas que has visto, no por las cosas que has oído.
Yo sí me he fijado en los sonidos. Por mí ventana abierta se escuchaba el sonido de los coches de la calle: en el patio, un grupo de obreros levanta un andamio y se oían los sonidos de las barras, martillos y llaves, y el silbido de alguno de los operarios canturreando alguna canción de moda; dentro del piso, suena el ronroneo del ordenador. Sonidos pequeños, sin los cuales el mundo no sería el mismo.
Haz ahora otra vez el juego tapándote los oídos con las manos.
Verás como no oyes nada. Y así, al no oír esos sonidos del ambiente, comprendarás su importancia. Si de pronto dejáramos de oírlos, nos asustaríamos mucho ¿No crees?
Por eso, las personas que no oyen, las personas sordas, pueden sentirse aisladas y temerosas. Pero al mismo tiempo observan el mundo de distinta manera que nosotros, con mucha más atención y profundidad.
El cielo que ve un sordo es distinto al que vemos los demás, porque el suyo no tiene sonidos. Es un cielo mudo ¿Lo imaginas? Los sordos lo ven todo de otra manera.
Hay que saberlo para entenderlos, para respetarlos un poco más.