viernes, 8 de noviembre de 2013

Pequeña magnolia






Yo quería decir que,
al final del día,
cuando has estrujado las calles
donde nunca vivirás,
escarbas en la tierra
y buscas un lugar.

Yo quería decir que,
cuando tus ojos de luna
se apagan,
clavas las uñas
en la hierba
y nadie te puede consolar.

Sí, 
yo quería decir que,
todos los cuerpos
que desentierras
son flores que nadie supo amar
violetas y amapolas y lirios,
y la palma de tu mano
meciendo su fragilidad.

Quise decirte que,
plantas semillas
bañadas en sal,
y suspiras a una tierra
que enmudece al verte llorar.

Quise decirte,
pequeña magnolia,
no llores más,
no hay tierra seca,
ni flor que resucitar.
Alza las manos
ha llegado la paz.

Aida H.C




viernes, 28 de junio de 2013

El refugio







- Entonces dice usted que nació en Sacramento pero que ha vivido casi toda su vida aquí.
- Sí, así es -dijo con voz temblorosa Elías-. La verdad es que prefiero la costa, el look habitual costero hace que cualquier hombre con un simple pantalón y camisa parezca elegante. Me gusta San Francisco -sonrió-.

El doctor Morrison arqueó una de sus cejas mientras le miraba por encima de sus gafas. Llevaba veintisiete años trabajando como especialista en problemas de conducta y no había habido ni un solo paciente que lo dejase indiferente, las ojeras del señor Ellison no auguraban que fuera a ser distinto.

- ¿He dicho algo extraño Dr. Morrison? -soltó una risilla nerviosa-.
- No, en absoluto, discúlpeme señor Ellison, me he distraído pensando en que tiene usted toda la razón, la gente de la costa tiene un gusto bastante informal a la hora de vestir, y si no ¡fíjese en mí! -volvió a mirar a su cuaderno al tiempo que reía-.
- Eso mismo pienso yo... pero fíjese, lo que me parece un desacierto social, para mí es una ventaja personal -hizo una pausa, como esperando recibir la confirmación de su idea en los ojos del doctor-. Y, por favor, puede llamarme Elías, si no siento que aún sigo en la oficina y me resulta incómodo.
- Claro, Elías... Elías, tuve un viejo amigo en la infancia que se llamaba así. Bueno, Elias ¿Por qué está aquí? -sonrió lacónicamente- .

La voz temblorosa de Elias afloró como un leve quejido, pero se aclaró la voz y contesto:

- Pues verá... No puedo dormir por las noches. No consigo dejar de pensar, ¿sabe? Desconectar.
- Entiendo -anotó algo en el cuaderno mientras asentía con la cabeza-. ¿Ha padecido usted algún trastorno del sueño? Como insomnio, terrores nocturnos, sonambulismo...
- No, nada de eso. Al menos que yo sepa, claro.
-¿Vive solo?
- Sí, bueno, ahora mismo vivo solo, durante los meses de verano. El resto del año vivo con mi sobrino Alfred. Está estudiando derecho, en la universidad de Berkeley, sabe usted.
- Entiendo. Y entonces, Elías ¿tiene algún problema o preocupación que le impida conciliar el sueño?
- No, lo cierto es que no. Llevo una vida muy ordenada. Solo concibo la vida así, con un orden inconsciente de las cosas, en el que lo uno va detrás de lo otro sin pausa.
- Así que es usted metódico en sus costumbres y hábitos.
- Sí, lo cierto es que sí. Yo no lo noto demasiado, llevo haciéndolo desde que tengo uso de razón. Mi madre, que en paz descanse, me inculcó una rigidez casi férrea en cuanto a estos hábitos, sabe usted.
- Comprendo -volvió a anotar algo en su cuaderno a la par que se subía las gafas hasta la altura de su ojos-. Entonces no ha habido ningún cambio, ni tiene ningún problema que usted reconozca. ¿Y en qué piensa durante las horas en que no puede dormir?
- En mi vecino -respondió rápidamente mientras mantenía la mirada fija en el doctor Morrison-.
- En su vecino... bien. ¿Qué le pasa con su vecino?
- Pues verá... -comenzó a frotarse las manos con lentitud- no sé cómo explicarlo, ni yo mismo lo entiendo
-la voz era cada vez más dubitativa y nerviosa, cogió aire y resopló-. Verá... yo... siento una desazón. Una especie de molestia constante que se manifiesta especialmente a la hora de dormir. El señor Fridge, bueno, mi vecino, quiero decir, es un hombre casado, con dos preciosas niñas y un jardín con butacas y piscina. Incluso tiene unos maceteros con geranios que yo mismo riego en los meses de verano, puesto que ellos se marchan a Sacramento con la madre de su esposa -hizo una breve pausa para mirar al doctor y continuó hablando atropelladamente-. La cuestión es que están de obras, están haciendo una especie de trastero subterráneo y...
- Un trastero -interrumpió el doctor-. En la casa de sus vecinos -Elias asintió con la cabeza- ¿Y le incomodan los ruidos derivados de la obra, quizá? -estaba claro que él tampoco iba a ser la excepción de sus pacientes, estaba sorprendiéndolo tanto como había imaginado-.
- No, no tiene nada que ver con eso -Elías se sentía cada vez más forzado a contar por primera vez qué era lo que no le dejaba conciliar el sueño, intentando sacar de sí mismo las palabras que tantas veces había pensando pero nunca verbalizado-. La cuestión es que ese trastero -hizo un gesto con los dedos para entrecomillar la palabra- no es precisamente para guardar los trastos que no tienen cabida en el resto de la casa.
- Vaya ¿Y entonces para qué lo usarán? ¿Algún fin poco lícito?
- Es un refugio -dijo en voz muy baja, susurrando-. Para salvaguardarse en caso de una especie de apocalipsis o fin del mundo, o algo así. No sé, en realidad, qué clase de terribles catástrofes pueden pueden acontecer a una familia, pero me parece una barbaridad.
- Entonces no le gusta que sus vecinos piensen que cabe la posibilidad de que el fin del mundo se acerque -el doctor Morrison quería llegar al quid de la cuestión, pero cuanto más indagaba menos comprendía-.
- No ¡qué tontería! -dijo con una pizca de indignación-. Me da exactamente igual lo que ellos piensen. Lo que me importa es que tienen un lugar para protegerse ¿De qué? No lo saben, pero ellos lo han construido. Y llevan embaucados en ese proyecto -de nuevo volvió a entrecomillar la palabra con los dedos- durante años. 
- Bueno, quizá simplemente quieran tener una posibilidad de salvarse en caso de que eso suceda. Las creencias en este tipo de cosas son muy variadas, desde supersticiones, tradiciones familiares o simplemente religiosas. En cualquier caso, Elias, ¿por qué le impide eso dormir?
- Porque se salvarán -dijo en un tono tajante.
- Pero para salvarse primero deberían estar en peligro ¿no? Y que sepamos no corren ningún riesgo, ni ellos ni el resto de la humanidad, al menos, a este respecto. Además usted ha dicho que nadie puede anticipar semejante acontecimiento. Si sucede, es poco probable que sea algo predecible.
- Ya... pero ¿y si sucediera? Se salvarían, sobrevivirían.
- Bueno, permítame que le diga que en la misma situación habrá otras tantas familias e individuos, con parecidas o idénticas creencias; guardando en habitáculos subterráneos de sus casas latas y latas de sopa precocinada y barritas nutritivas. Si por un casual ocurriese algo, y si por un casual ellos se salvasen, se salvarían también muchas otras personas. Así que el señor Fridge y su familia solo serían una más de otras tantas.
- Ya, pero usted no conoce a los Fridge -su mirada parecía abstraerse en sus propias elucubraciones, estaba dejando de hablarle al doctor para hablarse así mismo-. Nadie les conoce... nadie. Usted no los ha visto como los he visto yo, día tras día, noche tras noche. Adorando su pequeño refugio.
- Elías -interrumpió el doctor- nos estamos desviando de su problema. No puede dormir por las noches ¿recuerda?
- Desviando la preocupación... -repitió, devolviendo la mirada al doctor-.

Sobrevivirán, esa palabra había resonado en la mente de Elías durante muchos meses.

El doctor Morrison, sin embargo, seguía sin comprender cual era la relación entre no poder dormir y necesitar esa ferviente seguridad; peor aún, no era capaz de atisbar el porqué no sentirse seguro venía determinado porque sus vecinos estuvieran construyendo un lugar donde esconderse si el fin del mundo se aproximaba. Después de todo, la seguridad es algo que nace en el interior de cada uno, algo que se cultiva y crece.

 ¿O no? -pensó para sí el doctor-.

Estaba en lo cierto. Elías quería poseer esa seguridad, esa sencilla manera de sentirse resguardado, de pensar que aferrándose a ese algo sobrevivirás a todo lo que acontezca. Elías había depositado su seguridad en la vida de los Fridge, de la misma manera que ellos habían puesto todas sus esperanzas en erigir un refugio dentro de su hogar. ¿Y qué pasaba con la triste idea de abandonar este mundo y dejar en él todo lo que te ha hecho sentir seguro? Fuese un refugio o una familia. Partir, después de morir, hacia un lugar desconocido; solo y desnudo, sabiendo que la vida continua, ahora sin ti.




martes, 14 de mayo de 2013

Mentiras

People Press Play - These Days


No necesitas gran cosa. Solo una motivación y la confianza total en una ilusión. Un espejismo. Algo incorpóreo que en tu mente cobre vida y sentido. De hecho, son necesarios todos los sentidos. Ponle algo de color, el que más te guste, un toque de ese olor que tanto anhelas respirar, el tacto de algo que te dé tranquilidad, el sonido de esa canción que te hace sentir la victoria y el sabor... el sabor será tu recompensa. 

Sucederá. Te irá llenando poco a poco, la notarás, pero no sabrás que es ella, será una caricia recorriéndote, noche tras noche. Un pensamiento analgésico antes de dormir y una razón vibrante antes de despertar. Será el gesto de aquel niño al cruzar; el tacto de la hierba un día de primavera; el sonido de una llave abriendo tu puerta. Será la que te esperará al final de las escaleras; la que te curará las heridas. Será, sobre todas las cosas, la más bella palabra dicha en todos los idiomas. 

Estará dentro de ti; convirtiéndote en alguien mejor, alguien mucho mejor, creerás. Alguien que sonríe con ternura, alguien que da besos lentos, alguien que cocina con amor. Alguien feliz. Sentirás el alegre zigzagueo en el estómago, y, alguna inocente vez, una sutil punzada. 

Es ella, no lo sabes y quizá no lo sepas nunca, pero no hay vuelta atrás, te ha calado. Crecerá lentamente, invadiendo tus huesos, tu sangre, tu sudor. El eco de tu voz y el olor de tu pelo; y tu piel, de terciopelo y nácar; y la cicatriz en tu vientre y hasta tu forma de cruzar las manos al dormir, son de ella. Todo cuanto construyeron en ti, ahora le pertenece. 

Convivir con el dolor no es fácil, pero créela, entregarle la vida no será tu redención. Cuando ya no quede nada de ti, aún te quedará el recuerdo de lo que fue, de lo que significó, de esa luz que infundió con tanta facilidad como un día la extinguió. Verás la pasarela encerrado, desde tu insignificante mundo de cristal, y mentira a mentira, por fin saborearás esa extraña sensación de mirar la realidad con unas gafas que alguien graduó mal, muy mal. 




jueves, 9 de mayo de 2013

El invierno olvidado


Ingrid Michaelson - I'm throug


No sabía cuánto tiempo había pasado ni desde cuándo estaba allí. Tenía los ojos cerrados cuando sintió el cosquilleo del pelo rozándole la cara. Un dulce despertar. Fue entonces, y no antes, cuando abrió los ojos y sonrió. Estaba nevando; pequeños, diminutos cristales de agua que se posaban en su cabello, bailaban levemente frente a su mirada.

No sabía cuánto tiempo había pasado ni desde cuándo estaba allí; ni cuántas estaciones habían rotado hasta ser invierno; pero sí, ese era él. En un barrio sin nombre, en una calle desconocida, en un rincón del mundo, dos extraños caminan y se alejan entre la nieve.

No sabía cuánto tiempo había pasado ni desde cuándo estaba allí, pero todo recordaba a una blanca postal invernal, sin remite, con lápiz y en cursiva, donde alguien había escrito:


Decidí quedarme en el mismo lugar
por si deseabas volver
que pudieses encontrarme.
Que pudieses deshacer 
el agua hecha nieve
el cabello enredado
el invierno olvidado.









domingo, 28 de abril de 2013

¿Quién muere?


Martha Madeiros
Martha Medeiros


Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito,
repitiendo todos los días los mismos trayectos,
quien no cambia de marca.
No arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente
quien hace de la televisión su gurú.

Muere lentamente
quien evita una pasión,
quien prefiere el negro sobre blanco
y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones,
justamente las que rescatan el brillo de los ojos,
sonrisas de los bostezos,
corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente
quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo,
quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,
quien no se permite por lo menos una vez en la vida,
huir de los consejos sensatos.

Muere lentamente
quien no viaja,
quien no lee,
quien no oye música,
quien no encuentra gracia en sí mismo.

Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente,
quien pasa los días quejándose de su mala suerte
o de la lluvia incesante.

Muere lentamente,
quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce
o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.

Evitemos la muerte en suaves cuotas,
recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor
que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos
una espléndida felicidad.

La muerte lenta

Este precioso poema se ha atribuido muchas veces erróneamente al gran Pablo Neruda. Sin embargo, su autoría pertenece a la fluminense Martha Medeiros (1961), periodista y poeta, quien lo publicó el 1 de Noviembre de 2000, día de los Difuntos, en el periódico Non-Stop, Crônicas do Cotidiano bajo el título "A Morte Devagar".

No muráis lentamente.

Fuentes:

miércoles, 24 de abril de 2013

Happy


Pero hay otros significados más primitivos basados en el hap -que en inglés medio era happ, y en inglés antiguo, gehapp-, el azar o la fortuna, buena o mala, que te corresponde. Hap es lo que te ha tocado en la vida, las cartas con las que tienes que jugar. 
El modo en que afrontes tu hap determinará si serás feliz o no (happy).

martes, 23 de abril de 2013

Incandescente



"And above all, watch with glittering eyes the whole world around you because the greatest secrets are always hidden in the most unlikely places. Those who don't believe in magic will never find it."
"Y, sobre todo, mirar con  ojos brillantes todo el mundo que te rodea, porque los mayores secretos están siempre escondidos en los lugares más inverosímiles. Aquellos que no creen en la magia nunca la encontrarán."














Es fácil olvidar algunas cosas importantes. Olvidar, por ejemplo, que la vida es un regalo -a veces un mal regalo, pero ofrenda, aún así-. Olvidar, sin querer, que estamos vivos; olvidar, por descuido o por interés, que todos estamos llamados a hacer algo. Postergar en un rincón que la vida es una lucha siempre -siempre una lucha-.

Cuando pienso que todo está inventado, que los malos son más que los buenos, que las desgracias son numerosas, y peores, que las alegrías; cuando caigo en la cuenta de lo tedioso que resulta mirar rostros insustanciales ataviados con miradas perdidas, grises, traslúcidas. Cuando repienso -sí, a veces vuelvo a pensar lo pensado- en cuántas cosas se han apagado por la desesperanza, el infortunio, la falta de valor o, simplemente, la creencia en su imposibilidad, es entonces cuando siento que queremos caer en ello.

Queremos jugar al juego que otros -sean quienes sean- han marcado.

"Vamos a jugar a algo que no quieres jugar, con unas normas en las que tú no has tenido nada que ver. Y sonríe, porque en realidad, estoy haciendo por ti lo que tú eres incapaz de hacer."

Acepta las normas, todas, sin cuestionarte nada, sin preguntarte porqué esas y no otras. Eso nos han dicho. No con esas palabras, claro; tampoco quizá de esas formas, pero es así, sucede, podríamos decir, como sucede que la nieve seca se hace vapor por sublimación.

Obviamente no digo que en un mundo globalizado e hipersocializado como en el que vivimos no deban existir normas para convivir, que faciliten la aproximación de posturas, de ideas y de creencias. Pero eso dista mucho de olvidar que también tenemos la capacidad de escuchar la voz de nuestro instinto, esa que hemos silenciado junto con la maravillosa y extraordinaria capacidad de crear nuestros propios juegos y normas. Es evidente que de los siete mil millones de seres humanos que se estima que hay en la Tierra, solo un pequeño porcentaje tendrá la posibilidad de percatarse de esta realidad. Peor, solo un número aún menor tendrá la suerte o capacidad para decidir a qué quiere jugar.

No sé si tú eres de los afortunados que han decidido vivir la vida, sin pisotear el juego de los demás, sin olvidar tu propio juego. No sé si crees que merece la pena luchar por tu juego o es mejor jugar al de los demás, aunque no te guste, aunque no lo entiendas, aunque sea injusto. Sea como sea, quiero recordar que la diferencia puede estar en ti; sí, es cierto, nadar contracorriente es francamente agotador, pero también, hay que decirlo, es una forma de elegir el qué has venido a hacer aquí.




domingo, 14 de abril de 2013

Let her go


Passenger - Let her go 



Well you only need the light when it's burning low.
Only miss the sun when it starts to snow.
Only know you love her when you let her go.
Only know you've been high .
When you're feeling low.
Only hate the road when you're missing home.
Only know you love her when you let her go.
And you let her go.

Staring at the bottom of your glass,
Hoping one day you'll make a dream last,
But dreams come slow and they go so fast.

You see her when you close your eyes
Maybe one day you'll understand why
Everything you touch surely dies.

But you only need the light when it's burning low.
Only miss the sun when it starts to snow.
Only know you love her when you let her go.
Only know you've been high when you're feeling low.
Only hate the road when you're missing home.
Only know you love her when you let her go.

Staring at the ceiling in the dark,
same old empty feeling in your heart,
because love comes slow and it goes so fast.

Well you see her when you fall asleep.
But never to touch and never to keep.
Because you loved her too much .
And you dived too deep.

Well you only need the light when it's burning low
Only miss the sun when it starts to snow
Only know you love her when you let her go
Only know you've been high when you're feeling low
Only hate the road when you're missing home
Only know you love her when you let her go
And you let her go.
And you let her go.
Well, you let her go.

Because you only need the light when it's burning low.
Only miss the sun when it starts to snow.
Only know you love her when you let her go.
Only know you've been high when you're feeling low.
Only hate the road when you're missing home.
Only know you love her when you let her go.

Because you only need the light when it's burning low.
Only miss the sun when it starts to snow.
Only know you love her when you let her go.
Only know you've been high when you're feeling low.
Only hate the road when you're missing home.
Only know you love her when you let her go.
And you let her go.

Silencio

Vendrá. 
Como una golondrina en primavera. 



A veces tengo la impresión de estar viviendo situaciones en épocas incorrespondidas. Desde hace unos años, en primavera, cuando las flores florecen, las tardes atardecen y otros deciden engendrar; cuando es tiempo de descubrirse, de salir y disfrutar del buen tiempo, cuando todo esto pasa, resulta que en mi vida algo muere. Sí, algo acaba.

Puedo verlo como el fin de un fin. O como el principio de un nuevo principio. Como algo que muere o como la oportunidad para que crezca algo nuevo. Pero lo cierto es que ninguna de las dos cosas son excluyentes. Pero así es la vida ¿no? El ciclo de la vida. Nacer, vivir y morir. Todas esas cosas que sabemos y a la vez ignoramos.

Así que, esta primavera, siguiendo el ritual, las flores florecerán, las tardes atardecerán y otros decidirán engendrar; en mi caso, algo morirá. Quizá, una golondrina anide en mis ojos; quizá ella encuentre el hilo de Ariadna.




jueves, 7 de marzo de 2013

Esperas

Dos de los poemas inéditos de Mario Benedetti.



se oyen pasos
de alguien que no llega nunca

uno sigue esperando
sin responder a nadie
entre otras cosas porque
las sombras no preguntan
uno estira el silencio
abandonado y torpe
con los ojos abiertos
y la esperanza inmóvil
el cielo está tan lejos
y la tierra tan cerca
que no vale la pena
soñar con el futuro

en secreto se aguardan
noticias del vacío
y sin embargo nadie
se asoma entre la niebla

sábado, 5 de enero de 2013

Los miserables

Hubo un tiempo cuando los hombres eran amables
y sus voces eran suaves
y sus palabras acogedoras.
Hubo un tiempo, cuando el amor era ciego
y el mundo era una canción
y la canción era emocionante.
Hubo un tiempo.
Luego todo salió mal.
Soñé un sueño tiempo atrás
cuando la esperanza era grande y valía la pena vivir.
Soñé que el amor nunca moriría.
Soñé que Dios perdonaría.
Entonces era joven y no tenía miedo.
Y los sueños se creaban, se utilizaban y se gastaban.
No había deudas que pagar 
no había canciones sin cantar
ni vinos sin probar.

Pero los tigres vienen en la noche
con sus voces tan suaves como estruendosas
mientras te arrancan la ilusión
y convierten tu sueño en vergüenza.
El durmió un verano a mi lado
llenó mi días de un asombro sin fin.
Tomó mi infancia a su paso.
Pero se fue cuando el otoño llegó
y sigo soñando que volverá a mí
que viviremos juntos los años.
Pero hay sueños que no pueden ser
y hay tormentas que no podemos capear.
Tuve un sueño en el que mi vida sería
tan diferente de este infierno que estoy viviendo
tan diferente ahora de lo que pareció.
Ahora la vida ha matado 

el sueño que soñé.



I dreamed a dream - Anne Hathaway (Los Miserables)

Un azulejo blanco


Aves en un pantanal de Mato Grosso (Brasil)
Fotografía de Mike Bueno (2010)


Me hubiera quedado allí el resto de mi vida. Mirando aquel azulejo blanco, aquel punto negro; escuchando el pasar de gente desconocida caminando hacia una dirección posiblemente equivocada. Encerrada en uno de los dos baños de la primera planta sentía como mi respiración se aceleraba, el sonido parecía derramarse en el pecho, en los oídos y hasta por las paredes de la estrecha habitación. Esto es la intimidad, pensé, una hermosa y triste metáfora, un intento desesperado por salvaguardar lo sagrado.

Y así estaba yo, sentada sobre la taza del inodoro, puerta izquierda, primera planta. No era lugar para llorar, ni para refugiarse, ni para esconderse. Aquel habitáculo solo conjugaba con verbos como verter, deshacer, abandonar, y aún así, había algo lírico en él. Como en Memento retrocedí la memoria en imágenes: azulejo blanco, punto negro,  respiración agitada, gota fría surcando los labios, frío en las manos. El mundo parecía en calma, sí -¿por qué no?-, una pequeña gota de caos no es nada frente a un universo.

Me enjugué las lágrimas y crucé la puerta. Me miré en el espejo -continúa-, me lavé las manos -sigue-, recogí la mochila y la chaqueta -no te pares-, y salí al pasillo. Arrastré mis pies hasta la mesa más próxima, deposité en ella mis cosas, aparté la silla y me senté.

Sí, esa era yo, un color invisible, un frecuencia inalcanzable, una imagen más, una persona menos. Extraje mi libreta y un lápiz -respira-. Y comencé a escribir: 


"Me hubiera quedado allí el resto de mi vida [...]".


Un Piano Sur La Mer - André Gagnon