jueves, 25 de noviembre de 2010

La fuerza de un gesto


Ella es la imagen de una mujer perdida en la memoria. Es la chica de la limpieza de un edificio de tu ciudad. La que se despide de sus hijos en la cancela del colegio, la banquera que te atendió esta mañana al consultar el saldo de tu cuenta, la camarera de la esquina del bar al que acudes con frecuencia; es también la cantante de esa canción que tanto te gusta y podría ser, porqué no, hasta la que ha escrito esta redacción. Ella es la foto que siempre queda sin archivar en cualquier álbum familiar, y es también con la que chocaste accidentalmente un lunes por la tarde.

De un lado puedo sentir el frió que cala sus pies descalzos. La habitación muy iluminada. Veo que mantiene agachada la cabeza y recogidas en los bolsillos las manos. Caen los mechones de su pelo sobre su rostro; tiene la mirada perdida en algún lugar del suelo que pisa y los huesos cansados de tanto soportar. La mente ausente. El sentimiento sitiado. La lágrima que cae y arrastra el miedo, el dolor y la caricia de una vida no vivida. Las palabras dormidas que nunca dirá, la expresión contenida que ha tenido que aprender a gozar.

¿Y del otro lado?

Del otro lado, el. Él no sabemos qué es. Y definirlo sería luchar contra el silencio de su existencia. Y ella, la que permanece perdida en la memoria, la limpiadora, la madre, la banquera, la cantante, la escritora, la foto olvidada, sí, aquella con la que tuviste un encuentro desafortunado, ella, en definitiva, mujer, persona, ser, reconoce sus pasos al entrar en el pasillo de su casa, todos los días. Y siento el miedo anclado a su piel. Es entonces cuando el aire parece condensarse y respirar se convierte en un acto voluntario y, la vez, absurdo.

Está sentada en el sofá del salón pero todo su cuerpo se encuentra rígido. Se pregunta si tal vez ha muerto, y es ahí, en ese momento, cuando lo ve entrar a él, el que no sabemos qué es. Desde esa distancia él farfulla, frunce el ceño e inclina la mirada. No obtiene respuesta y parece que su particular paciencia se acaba. Y es que ella está paralizada, congelada en el guión de una historia que no sabe cómo cambiar. Tiene mucho que decir porque no hay forma de entender de dónde proviene la humillación, el desprecio, la ira y la rabia que tan fácilmente él, como un regalo, le prepara diariamente.

Se para el tiempo, y para cuando quiere darse cuenta él ha quebrado todo. Dentro y fuera de ella ya todo se ha agrietado y está apunto de romperse. Así, en un instante, en un soplo, en un momento, en un solo movimiento se lleva a cabo la violencia sin causa.

Y no, no ha perdido la vida, pero se ha desligado de su alma. Y sí, sí ha sobrevivido, pero no ha recuperado su mirada.

Y es que, a veces, la fuerza de un gesto, puede quitarnos la voz y robarnos la palabra. 

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