lunes, 18 de junio de 2012

La negación


No quería hablar de las decepciones, del desengaño, ni de todas aquellas situaciones incómodas que la habían llevado a aislarse. Construyó con libros su hogar; abiertos en sesenta grados eran su tejado, abiertos de par en par, su colchón, y apilados unos sobre otros, su almohada. No necesitaba más para continuar caminando hacia un destino incierto y amable.

Ella no quería hablar de los otros. No quería hablar del tiempo pasado, ni de como había intentado estirarlo, como uno de esos viejos chicles que permanecen pegados bajo los pupitres, año tras año. Cada recuerdo, inerte e inmóvil, permanecía ocupando un espacio bajo su coraza. Y no deseaba hablar del atisbo de dolor que le punzaba el pecho, ni de la confusión que le generaban aquellos desvelos. Se asfixiaba convenciéndose de que no tenía nada que decir de todas esas vivencias.

Y allí donde la encontrases siempre calzaba las mismas frases, contaba las mismas historias, repetía los mismos detalles, vestía las mismas mentiras. No dejaba de repetirse que no quería hablar de todo aquello, una y otra vez, incesante, se negaba a sí misma: no quiero hablar.

Su imagen era poliédrica y opaca, pero, a veces, al mirarla, no podías evitar pensar que en algún momento inesperado y sorpresivo surgiría una chispa que la hiciera reconocerse. En ocasiones pensé que quizá el eco de su propia voz, un golpe, una pesadilla o una caída fortuita la harían escucharse desde fuera hacia dentro, dándose cuenta así de lo absurdo de su propósito.

Sin embargo, allí estaba yo, a su lado, incapaz de romper la ilusión, viendo lo que ella no veía y escuchando la historia de aquello de lo que nunca quería hablar.




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