sábado, 1 de diciembre de 2012

Aquella idea

Y de repente un día no podía imaginarse con nadie más.

Estaba en todas las fotografías del mundo, tenía el sabor de todos los helados, el olor de cada jazmín, el brillo de cada constelación. Y ya no importaba cuánta distancia hubiese, ni aquel cielo azulado en un otoño en expansión. Era indiferente que noviembre acabara de terminar. 

El universo era un mito y solo ellos podían hacerlo real.

Conquistarían cada recoveco de un mundo llamado Deirdre y llamarían a sus hijos Luna y Sol. Ya estaba decidido. Vivirían sobre una hoja de nenúfar y comprarían algodón de azúcar los domingos por la mañana. Ella se pintaría las uñas de cada dedo de un color y el llevaría la pulsera de espigas que le había regalado. Su única arma sería de nácar y la esconderían tras los labios.

Aquella idea cobraba fuerza, a cada paso era más sólida. Aquella idea la invadía, lentamente. Aquella idea se derramaba dentro, le recorría los ojos, bajaba por sus labios, le alcanzaba las clavículas y le prendía el corazón. Impulsada desde cada ventrículo le inundaba el estómago. Al ritmo de su respiración, aquella idea, fluía por su vientre, caía en el abismo oculto entre su falda, resbalaba en sus muslos y yacía bajo sus pies.

Aquella idea explosionó, partida en mil millones de colores.
Aquella idea viviría siempre en sus pupilas, el lugar donde se hizo el amor. 




Aida H.C



2 comentarios:

Tontísimo dijo...

Precioso.

Aida Al Hawari dijo...

jaja, qué tontísimo eres :)