miércoles, 25 de marzo de 2015

Santa

Supongo que sabrás que la bondad es un bien escaso. Petróleo, piedras preciosas, agua, también lo son. Sin embargo, ella conservó inexplicablemente intacta la ingenuidad y la inocencia durante todos aquellos años. Nunca tuvo conciencia de ello, al contrario, ojalá hubiera sabido que tanto dolor solo procedía de aquella fuente incesante que era su bondad. 

Una romántica idealista que apostaba por sus ideales hasta que comprobó que era su vida o la de los Otros. Bien sabe Dios, si es que existe, que ella hubiera muerto por sus ideales. Pero la Muerte es esquiva con quien no teme morir. Minutos hilados hasta consumirse, eso era todo lo que sabía de la muerte. 

Y así como se consumían los minutos de su vida, también se consumía la dulce benevolencia de su alma. Allí donde se habían sembrado violetas y nardos comenzó a abrirse paso la hiedra, salvaje y venenosa. Esta vez sí sabía de dónde venía el odio y el rencor que la estaba invadiendo. Cierto era que estaba dispuesta a morir por sus ideales, sí, pero también a ver morir a los Otros por defenderlos. Una mezcla peligrosa se estaba forjando en sus adentros, colándose por cada grieta de su cabello, cada orificio de su cuerpo, cada poro de su piel. 

Quizá dirás que es imposible que la bondad y la maldad se unan en un mismo ser, pero ella no era alguien real que siguiera los cánones de este mundo. Y sé que no me creerás, tendrías que morir y nacer de nuevo para creerme, lo sé. Sin embargo, créeme: aún siendo la bondad un bien escaso, en ella era tan infinita como la maldad. Dos fluidos de distinta naturaleza coexistían en su interior otorgando a quienquiera que tan solo la rozase su justo merecido. La clemencia simplemente era invisible. 

Era ella, la ejecutora, la justiciera. Sé que muchos habrían querido aniquilarla; otros no habrían dudado en amarla hasta el fin. Sin embargo, nadie supo nunca a quién salvo ni a quien exterminó. 

- ¿Y entonces tú cómo lo sabes?- preguntó el joven. 

Ella solo pudo mirarle a los ojos y sonreír. 











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