jueves, 4 de marzo de 2010

Ramo de rosas

De paso en otra ciudad conoce a un hombre. Acaban en la cama. Ni su peor experiencia, ni la mejor. Él es guapo, cariñoso y atento. Quiere continuar con la relación, y ella, no muy convencida, acepta. A los pocos meses, tras pocas citas, ha compilado suficientes datos como para desecharlo como compañero: es variable, pesado, inestable, no la escucha, se sale siempre con la suya. Irresponsable, hace lo que le da la gana cuando le da la gana, se escuda en el cariño para adelantar citas o presentarse en su casa. Ante la aturdida negación de él, ella interrumpe la relación. Durante tres meses ella contesta a alguno de sus mensajes, se niega a verle, le consuela, le pide serenidad. Cuando no lo logra, decide no responderle. Año y medio más tarde, él continúa con sus mensajes amorosos. Cada tres días su móvil recibe un mensaje. Cada semana un e-mail. Concierta citas imaginarias, intenta localizarla en el teléfono. Ella le cuelga sin decir palabra. Sabe que no es normal. Lo tolera pero se preocupa. Entonces, un día, él le anuncia que ha venido a verla. La espera en el bar de enfrente. Le exige una respuesta. Ella se aterra. Le asusta que un hombre al que apenas conoce, que la ha asediado a mensajes, la esté esperando. Llama al 016. Le confirman que es acoso. Acude a la comisaría, se cruza con él por el camino, le pide que la deje en paz y él reacciona con la misma atónita sorpresa que cuando rompieron.

Veinticuatro horas más tarde ha obtenido una orden de alejamiento. No le han localizado, no sabe si sigue en la ciudad o no. Le dejó unas flores, una carta de amor en la puerta de su casa. Ella llora de continuo. No sabe cómo reaccionar ante un ramo de rosas y la obsesión de un hombre al que ha intentado alejar. Que un juez le haya dado la razón no le sirve emocionalmente, de nada. Sienta pena por él, le odia por haberle obligado a llegar a ese extremo. Reacciona como una víctima, analiza cada uno de sus movimientos previos, la culpa la desvía. Me lo cuenta llorando. Bofetones, insultos, agresiones, sí. Sabe que hizo lo correcto, que la acosaba, que no aceptaba un no. Pero lo hacía con rosas y halagos, inspirando pena, y frente a eso, esta mujer corriente, no tiene armas.

3 comentarios:

Zeta dijo...

Interesante historia la verdad. Me ha gustado leerla. Gracias por compartirla, me gusta tu blog mucho. Un abrazo.

Vicin Ruiz dijo...

El mayor de los peligros, el lobo oculto tras un velo de seda. Lo triste de este tipo de historias es que no es que sea una simple ficción literaria, sino que son cientos o miles de realidades.

Muy buena la elección del fragmento :)
Besos!

Anónimo dijo...

:)