"Veo un músico, un músico famoso.
Van a suspenderme en Cultura General porque reconozco su cara y no recuerdo su
nombre. ¿Por qué serán tan feos los grandes músicos y tendrán el ceño y el mentón
crispado y cara de muleros, cuando sus almas deben ser de seda y su corazón del
olor de una flor? Sus dedos resbalan sobre el piano y mi alma se sobrecoge porque lo que esta creando es bellísimo. Me gusta y me admiro de lo que oigo
tanto como mi capacidad para retenerlo, ya casi me lo sé de me memoria. La razón
es muy sencilla. El pianista comienza, se inspira, sus dedos tan pronto rozan
como golpean, como acarician las teclas. Pero al llegar a un punto determinado,
se detiene, tuerce el gesto, alza los ojos al vacío, buscando algo que no
encuentra, se enfada, y cierra con violencia el piano.
Le veo pasear, golpear
el suelo con los pies como un niño rabioso. Vuelve al piano. Cuando son sus
dedos los que hablan, vuelvo a quedar extasiada. Pero al llegar al mismo punto
que antes, se detiene, se peina los cabellos y jura no pasar adelante sin
encontrar lo que busca. Y entonces, solo entonces, caigo en la cuenta de que a
quien busca es a mí. A mí, en la doble acepción del término: porque yo soy
"mi", la nota musical "mi", y me he escurrido
voluntariamente de su inspiración porque hoy es mi cumpleaños y quiero tomarme
unas vacaciones. Además, me enfada tanta obstinación. Tiene mil combinaciones
posibles para seguir adelante sin necesidad de utilizarme. Estoy agazapada, sin
moverme de mi escondrijo. En el momento mismo en que me desplace o intente
cambiar de postura, me advertirá: "Aquí te tengo" -dirá triunfal. Y
me utilizará como un escritor utiliza una diéresis o unos puntos suspensivos. Y
hoy quiero ser para mí misma. Me había prometido una noche de libertad y lo
conseguiré mal que le pese a este monstruo de la naturaleza: tirano de los de
su especie.
Cuando yo era pequeña, era un
puro sonido cristalino producido por una gota de agua al chocar con una piedra
en un manantial que nacía del Kilimanjaro. A pesar de mis pocos años no tarde
en comprender que un ruiseñor se había prendado de mí. Se posaba una y otra vez
sobre una rama que se abatía sobre el agua y me escuchaba con profunda atención.
Movía la cabeza con gran complacencia intentando percibirme, y aunque eran
muchas las distintas notas que brotaban de aquel manantial, cuando la que sonaba
era yo, experimentaba un extraño temblor y sus plumas se espojoneaban de
placer. Una mañana, al alba, no podre olvidarlo nunca, el ruiseñor se puso a
cantar. Había conseguido meter en sus garganta a casi todas las notas de lo que
hoy se llama pentagrama, excepto a mí. No puedo ocultar que fui feliz cuando me
raptó, porque era mucho más fascinante viajar con él que permanecer siglos y
siglos anunciando a la gota que caía sobre la piedra.
El ruiseñor fue un excelente
maestro de cantores y, a lo largo del tiempo, fui siendo heredera de padres a
hijos por los descendientes de quien me robó. Hasta que un día, pasados los
siglos, vi que un hombre peludo hacia con el ruiseñor lo que el ruiseñor hizo
con la gota de agua. Tenia en los labios un instrumento formado de varios tubos
de caña que creo que ahora se llaman "siringa", y soplaba por ellos y
producía sonidos; unos gratos, desapacibles otros. Intentaba sobre todo imitar
una nota que la garganta del ruiseñor poseía, pero su siringa no. Cuando lo
consiguió, mi destino cambió de norte. ¿Mentiría al decir que fui más feliz con
los ruiseñores que con el manantial, y más aún con los hombres que con los
ruiseñores? Estos son más perversos, pero más artistas. El ruiseñor me usaba
para advertir a sus congéneres y sus rivales que en aquella fronda había
establecido su cazadero de moscas, mosquitos y pulgones voladores, y que nadie
se atreviese a acercarse. Hora es ya de deshacer el equivoco de que los
ruiseñores cantan para atraer a su pareja. Mentira. El suyo no es un canto de
amor, sino de guerra. Y si las hembras se acercan a ellos es porque saben que
tienen piso, que están bien instalados, y que ese no seria mal sitio para
erigir un hogar. El hombre, en cambio, me utiliza sin buscar en mí utilidad
alguna. He sido una nota muy feliz con los humanos. Solo por placer. Por gusto
de crear y recrearse conmigo. He sido una nota muy feliz con los humanos. Han
abusado de mí, pero...
¿de quien no han abusado?"
Os recomiendo ver la película El velo pintado (The painted veil), una película que muestra la gran calidad del actor Edward Norton. Nunca es tarde para recapacitar sobre cada uno de los pasos dados en la vida, aunque solo nos quede eso, recordarlos con alegría o con dolor, nunca es tarde para estrujarlos hasta que derramen ese gota de sabiduría.
1 comentario:
Muy bonita la historia. Me ha servido para trasladarme un poco fuera de las paredes de la biblioteca y disfrutar de tu escritura. Gracias Aida!!.
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